Por: Iram Martínez
Martes 19 de septiembre de 2017, como cada año, en punto de las 7:00 de la mañana se homenajea a las víctimas del terremoto de 1985, y se coloca la bandera a media asta.
Todos estamos conscientes de que a las 11 de la mañana se realizará el simulacro, algunos no le toman importancia, lo ocupan para desconectarse de sus actividades, otros lo siguen al pie de la letra, al final, solo se trata de un escenario hipotético.
Bien nos han dicho los expertos que los sismos no se repiten ni en día, ni ubicación, ni intensidad, no hay nada que temer, o al menos eso pensábamos, pero la naturaleza tenía un plan distinto para cada uno de nosotros.
Es la 13:14 de la tarde, me encuentro trabajando en la plaza Luis Cabrera ubicada en la Colonia Roma, Ciudad de México. Sentada en mi lugar de trabajo siento un bailoteo en la silla, en cuestión de segundos los insumos comenzaron a caerse y caí en cuenta de que estaba temblando.
Con el movimiento y sin comprender bien lo que sucedía, evacué la tienda junto con un compañero, para ponernos a salvo intentamos cruzar hacía el parque de enfrente, pero fue inútil, el sismo nos tiró en plena calle.
Ya en el piso, recuerdo voltear a ver hacía el edificio donde se encontraba mi trabajo, que tiene aproximadamente 5 o 6 pisos, la estructura estaba aplaudiendo con el de a lado, por lo que automáticamente pensé esto se va a caer.
Durante los segundos, que se volvieron eternos, mi mente se concentró en mi familia, ¿cómo estarán mis papás, mis hermanos, mis mascotas, mi casa? Todas estas preguntas fueron interrumpidas por un estruendo que me regresó a la realidad, se había caído el muro de una escuela.
Esto terminó por agravar el caos, un parque que naturalmente está tranquilo y es un espacio de paz dentro de la ciudad, de pronto estaba lleno de gente con crisis de pánico, llanto, gritos, confusión y miedo.
Aún con todo el caos, por indicación de los jefes, todos los gerentes de la zona Roma-Condesa nos teníamos que concentrar en una tienda y tuvimos que desplazarnos por esta zona.
Pasaron las horas y por fin me dejaron salir del trabajo, para regresar a mi casa tuve que caminar, logré llegar con mi familia y comprobar que, dentro de todo el caos, todos los míos estaban bien.
Karla María Torres, 29 años, trabajaba en Starbucks ubicado en Plaza Luis Cabrera #5, Col. Roma.
Como todos los días entre semana, me levanto para ir a trabajar, me arreglo y levanto a mi hija para llevarla a la escuela, tiene 16 años. La dejo en la entrada de la escuela, me despido y me dirijo a tomar el camión que me lleva al metro.
El trayecto de mi casa a mi lugar de trabajo me toma 1 hora y media aproximadamente, y es que recorro la ciudad de norte a sur. Mi oficina se ubica en el piso 12 de un edificio de la calle Guadalupe Inn, en Insurgentes sur.
Al término de una junta me dirijo al baño y al estarme lavando las manos sentí como el edificio brincó, inmediatamente volteé a ver a una compañera y ella me dijo “Kari, es trepidatorio”.
Como pudimos salimos del baño para colocamos en el descanso de las escaleras, nos tomamos de las manos y recuerdo cerrar los ojos.
Para medir la intensidad del movimiento no necesité nada más que mis oídos, escuché el crujir de los cristales, del edificio, mientras el sismo continuaba. Con dificultad apenas podía pronunciar “Dios mío, Dios mío”, comencé a rezar lo que se me venía a la mente.
Ignorando las medidas practicadas horas antes, varios compañeros en crisis y llorando evacuaban el edificio, pero Jos y yo seguíamos tomadas de las manos, sentí que en ese momento se acababa todo.
Al finalizar el movimiento, en estado de shock comencé a bajar, llevaba tacones y la chica de protección civil me gritó “quítate los zapatos”, así que continué descalza.
Al llegar a insurgentes sur, vi una compañera, comencé a llorar, en la calle se escuchaban helicópteros, ambulancias y todo parecía estar detenido.
Afortunadamente me entró una llamada, era mi vecina para avisarme que mi mamá estaba bien y la escuela de mi hija reportó que no había daños, en ese momento tuve un respiro.
Con miedo, preocupación y aún sin dimensionar completamente lo que le había pasado a la ciudad, comencé el regreso a mi casa para poder reunirme con mi mamá y mi hija.
Durante los siguientes meses me daba mucha ansiedad ir al baño en la oficina, procuraba ir con alguien más, sentía que en cualquier momento sonaría la alerta.
A 6 años de lo ocurrido, si escucho una sirena de ambulancia me sobresalto y siento una presión en el pecho, por otra parte, la alerta sísmica me pone ansiosa, pero no me impide reaccionar, aunque el miedo de que se repita persiste.
Karina Herrera, 37 años, trabajaba en Baker Tilly México.
Esta mañana conmemoramos los 38 años del sismo de 1985 y los 6 del de 2017, las autoridades decidieron que ahora se realizan dos macro simulacros a nivel nacional y se empeñan en fomentar la cultura de la prevención, pues es lo único que tenemos.
Ahora el 19 de septiembre tiene otro sabor, se honra a las víctimas de los dos sismos, se hace un simulacro con la seriedad que le merece y se espera con incertidumbre llegar al final del día sin la aparición de un temblor.
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